— El sábado hice el ridículo más grande mi vida. Estuve en Calcatta y...
— ¿Por qué?
— ¿Por qué qué?
— ¿Por qué fuiste a Calcatta?
— Era el cumpleaños de un amigo y, mira, quería ir.
— ¿Y qué?
— ¿Cómo que y qué?
— Pues que eso no es excusa.
Silenci.
— Bueno. Estaba hasta el culo y salí a fumar un cigarro. Entonces se me acercaron dos tíos y me preguntaron —i la meua amiga posa veu d'una barreja entre tartamut i borratxo— “Qué-qué-qué tal es-es-es-esta dis-disco”.
Silenci.
— ¿Tan mal iban para hablar así?
— Eso pensaba yo, aunque no lo parecía. Total, que les dije lo que ya sabemos: que el sitio está guay pero que la música es una puta mierda.
— Exacto.
— Y ellos me contestaron: “Es-es-es igual. So-so-somos sordos”.
Silenci.
— ¿Eran sordos de verdad?
— Sí, tío, eran sordos. Me quise morir.
Silenci.
— Tía, te pasas.