EXTRAÑAS IMPUREZAS

Extrañas impurezas,


Abro la nevera. Está vacía. Tendré que salir hacer la compra, pero no me apetece coincidir con el bullicio de la gente, los carros y las largas colas. No hay leche, ni patatas, ni huevos; nada de nada. Abismo domestico. Qué desastre. El otro día se me cayeron todos los huevos del cartón, que mal olía! Escucho las noticias y pienso que hay demasiadas cosas que huelen mal en nuestra sociedad: los poderes, los intereses, los bancos, los egoísmos, los individualismos… Hace un calor asfixiante, es una ola de calor africano, según acaba de decir el meteorólogo. Apago la televisión. Me pesa el alma, hace días que una añoranza se ha colado en mí ser. Y yo sé el porqué. Salgo a la calle a ver si la entretengo. De golpe siento el sudor emanando de mi cuerpo. Creo que un helado quizás podrá aligerar mi alma decaída. Al entrar en la heladería un olor a canela, limón, chufa y avellana me da la bienvenida. Me quedo ensimismada mirando los helados, y al final me decido por un gran helado de fresa y nata.

La calle del Mar está pletórica. Nadie lo sabe pero a mi lado me acompaña de manera discreta soledad. No se separa de mí. Camino, apenas unos pasos, y me cruzo con un lirio arrogante. Me saluda con tanta frialdad que temo quedarme congelada como el helado. Si tuviese que asignarle un olor a este lirio despectivo creo que seria el olor del azufre, porque a menudo su estela deja en el ambiente un aroma sulfuroso. La huella del encuentro me ha dejado afligida, y siento la necesidad de arrancar el recuerdo de esa indiferencia, siempre presente en sus ojos. No puedo evitar que esa desgana, ese desinterés, ese desafecto alteren mi temperatura anímica y las palabras se queden congeladas. Siento frió en el alma. Entro en la droguería de Can Boter a comprar leche de coco, un buen baño limpiara mi mente, mi cuerpo y mi piel, de extrañas impurezas.

Llego a casa y enciendo el DVD. La música de Randy Crawford se expande por la casa. Enciendo una varilla de incienso y dos velas blancas. Comienzo a relajarme. Lleno la bañera con agua caliente, vierto la leche de coco y lanzó algunos pétalos de rosa. Me dejo envolver por el olor dulce del coco como si fuese un delicado regalo. Convierto la bañera en mar y el mar en un océano de playas exóticas. Y me abandono al placido ondular de las aguas calidas, olvidándome de todo, de las compras domesticas, de los lirios orgullosos y de las soledades existenciales.



Badalona, 16 de maig de 2012