Al cerrar la puerta de casa Elvira siente un frió glacial en el estomago, son los nervios de las dudas y el desconocimiento. Hace mucho tiempo que ha soñado con este viaje y ahora no es el mejor momento para dejar abierta la puerta de los miedos. Coge la bolsa de viaje y piensa que le pesan más las ideas que corren por su cabeza que el ligero equipaje.
Al llegar a la estación, veinte minutos antes de la salida prevista del AVE , Elvira decide tomar un café. Al coger la taza siente la inseguridad de su pulso y un torrente de preguntas se eleva mezclándose con el aroma del café. Cada vez queda menos tiempo para que conozca a Esteban, y una pregunta insidiosa, se alza cual guerrero en plena batalla, interrogándola sobre la finalidad de esta aventura, pero ella de momento prefiere evitar todo tipo de respuestas. El ajetreo de la estación oculta sus interrogantes a miradas ajenas. Una disimulada soledad y un cierto desasosiego se han colado en su bolsa de viaje. Elvira se siente extraña, no sabe los motivos que le hacen notarse tan confundida; pero todo parece indicarle que se trata de una señal que aún no ha sabido descifrar: algo está a punto de ocurrir en su vida, y ya nada será como antes.
El tren entra en la vía. Las manos de Elvira sujetan el bolso con fuerza, como si el bolso quisiera salir corriendo, pero Elvira todavía no ha descubierto, que nadie puede escapar. Nadie puede escapar a su destino.
Badalona, 14 de setiembre de 2012